martes, 2 de marzo de 2010

De natura scriptorum



Lo reconozco: solía gustarme escribir. En mi post-adolescencia (o adolescencia tardía) mi hábito era, además de ver Crónicas Marcianas, sentarme delante del ordenador y escribir.

La culpa de esa afición la tienen, sobre todo, la influencia de Tolkien y mis partidas de rol. Así, los temas sobre los que escribía eran fantasía y la vida y milagros de mi personaje de
Vampiro: Edad Oscura, Aingeru.

Sobre la primera temática, poco que contar... Unas cuantas páginas escritas y reescritas hasta la saciedad, convertidas de relato naïf e infantil a algo medianamente decente al cabo de muchos retoques, que acabaron olvidadas en el viejo ordenador de la casa de mis padres con la esperanza (vana, me temo) de ser rescatadas algún día.

Los escritos concernientes a Aingeru y compañía fueron ligeramente más fructíferos (decenas de páginas e incluso un poema) y era algo de lo que realmente me sentía orgulloso. Aun sin ser gran cosa, por supuesto.

¿Cuál es el motivo por el que no he seguido escribiendo? Bien, creo que tal vez es algo complicado de explicar... Supongo que me abandonó la musa. O tal vez eso es lo que se me ocurre...

Con la primera historia, la de fantasía, el problema era el ritmo... Creo que en las pocas páginas que logré escribir ocurrían demasiadas cosas. Y eso tampoco es bueno... También es cierto que quizás se notaban demasiado mis influencias, y eso sí que no es bueno. Además, los personajes no creo que estuvieran bien definidos. Y finalmente, que no sabia muy bien por dónde tirar...

Con Aingeru lo tuve mucho más fácil. Al fin y al cabo, era un personaje "real", y dado que la historia que contaba era su pasado, ya tenía el camino medio hecho. Partiendo de un punto A, y teniendo claro el punto B, sólo había que inventarse el camino. Pero el camino no era precisamente fácil.

El problema era el tono de los relatos. Tenía un personaje muy bien definido (al fin y al cabo, era muy parecido a mí) y sabía qué le interesaba, qué le gustaba, qué odiaba... Pero todo acababa siendo demasiado pasteloso y en plan novela romántica francesa del siglo XIX. Y claro, una vez has cogido el tono, es difícil salir de él. La historia requería cierta acción que no fui capaz de plasmar en papel de forma satisfactoria. Me bloqueé.

Y ahí acabó su historia, en medio del momento más álgido de la narración. Eso sí, esta historia no está olvidada en ningún viejo ordenador, y quizás algún día tenga el valor de volver a intentarlo. Y quizás, sólo quizás, consiga acabarla, de un modo satisfactorio.